• Por: Juan Ramón Guzmán
  • Político de la Izquierda de Venezolana

Crecimiento y desarrollo pudieran ser sinónimos. Proviniendo ambos términos de la biología y de la botánica, se les toma como auxiliares entre sí, indistintamente. Para señalar que algo crece, puede decirse, perfectamente en su lugar, que ese algo se desarrolla. Así el sentido común los asocia, para ir definiendo el resto de las cosas.
Pero en la economía, no. En la teoría económica, ambos conceptos realizan funciones como categorías distintas, aunque se entrecrucen o partan del mismo hegemón. Una cosa es el crecimiento económico y otra muy distinta es el desarrollo económico. Y quien lo haga, quien se atreva a usarlos como sinónimos, tendrá como resultado una aritmética contradictoria, como aquélla “de contar huevos con lápices”, como gustaba decir Alfredo Maneiro.

Crecimiento en economía se refiere a liquidez, a dinero. Pudiéramos decir que crecimiento es una categoría que pertenece a la economía financiera, pues se encarga de medir el volumen de dinero que circula dentro de la actividad económica en un territorio determinado y en un período de un año. En tanto que desarrollo remite a capacidad instalada de producción, a planta física, y mide, como categoría propia de la economía real, a indicadores como productividad, empleo, desocupación, potencialidad, entre muchos otros.

Cuando ustedes oigan a un economista, de esos a quienes les encanta hablar en lenguaje críptico, para demostrar su sapiencia, diciendo que, “el crecimiento económico de tal país fue de 5% sobre su PIB (Producto Interno Bruto)”, está queriendo decir, que en ese tal país, el dinero que movió a su economía, así como la sangre mueve a un cuerpo, si supusiéramos que en el año anterior fue de cien unidades de equis moneda de referencia, y este año es de 105, se determina que el crecimiento económico fue de 5%.

Del crecimiento económico se mide también a un indicador muy gracioso, por lo ilusorio que consiste: el ingreso per cápita. Se los explico brevemente. Sigamos con el ejemplo que les traigo. Pongamos que la población de ese país tal del que venimos hablando es de cien personas, quiere decir que, si el crecimiento económico de ese país tal el año anterior fue de cien unidades de equis moneda de referencia, cada habitante recibió a lo largo de ese año una unidad de esa moneda, y este año recibió 1.05 de la misma.

Es decir, que en su comparación interanual, el ingreso de toda la población «creció», 5%. Lo chistoso de este indicador, del ingreso per cápita, es cuando se investiga a la propiedad de ese dinero que «creció». Por lo general, porque así es la naturaleza del capitalismo, diez personas recibieron noventa unidades de esa moneda, o quizás más, mientras que las noventa personas restantes de la población se repartieron las diez unidades de moneda que quedaron, o quizás menos. En palabras crudas, pocas personas recibieron mucho y muchas personas recibieron poco. Y aquí es el preciso momento donde la llamada redistribución de la riqueza producida se convierte en una quimera.

En fin, estudiar economía, es maravilloso. Sólo basta detenerte un poco en la comprensión sus términos crípticos y, una vez que los dominas, haces exactamente a la labor del tejedor, que, con sus puntadas minuciosas, construye una red que nos abrigará a todos…

Acarigua, 27 de abril de 2018

COMENTARIO ADICIONAL A LA NOTA, ESCRITO PARA DEYANIRA CASTILLO…

Mi doctorísima hermosa, hay personas que al referirse a la economía confunden crecimiento con desarrollo. Te pongo un ejemplo. El crecimiento económico de Venezuela, por las estructuras y superestructuras rentistas que lo succionan, en lugar de haber sido la palanca dinamizadora del desarrollo económico de Venezuela, más bien ha sido una condicionante para su freno y su rezago.

¿Te acuerdas cuando Jorge Giordani presumía que «llevábamos catorce trimestres continuos creciendo»? Y mostraba aquéllas láminas que emocionaban a todos y todas. Ese crecimiento se debía a que el barril de petróleo oscilaba en una banda de 120 y 130 dólares. Pero el desarrollo económico del país, representado en su industria y en su campo, no rebasaba el techo de las 3.500 industrias productivas ni las dos millones y medio de hectáreas cultivadas, respectivamente.

¿Ese dinero ingresado pudo haber servido para superar las cinco mil industrias y las cinco millones de hectáreas cultivadas, que nos coloque en el reglón de país semi-desarrollado? Si yo fuese un deshonesto, tramposamente te respondería que sí. Y me saltaría, cual Serguéi Bubka con su garrocha, el maldito muro de estructuras y superestructuras rentistas, que separan, como un abismo infernal, a una categoría de la otra. Lo que más daño nos hace del modelo rentista es su cultura. Una caterva de importadores voraces, que representan la tajada del león en la estructura de distribución del ingreso, plagan al país de todas las mierdas que nos consumimos, y que perfectamente pudiéramos producir aquí, devolviendo al exterior el dinero que necesitamos para desarrollarnos.

El mismo problema que se consiguió Chávez en todos sus intentos generosos por despegar y desplegar a nuestra economía en sus 14 años de gobierno, se los consiguió el general Medina Angarita con la Junta Promotora del Fomento Nacional de 1944, que fue boicoteada por un vendepatrias como Rómulo Betancourt; ese mismo problema atormentó a Alberto Adriani hasta su muerte en 1937, e hizo que en 1951 Mario Briceño-Iragorry nos escribiera su lapidario libro «Mensaje sin destino», acusándonos para que cambiáramos la porquería que somos en nuestra manera de ser. En fin, podría pasarme la noche entera enumerándote episodios de nuestra historia económica, hasta escribirte un libro. Sin olvidar al Plan de Barranquilla, que desarrolló mediantemente al país y nos reveló la cara nacionalista del puntofijismo antes de volverse neoliberal.