• Por: Marcelo Caruso Azcárate
  • Catedrático y Dirigente Político Latinoamericano
  • Radicado en Colombia

Si a Pinochet y los distintos generales golpistas del continente, o a los engendros autoritarios del tipo de un Álvaro Uribe o de un Temer, no se les hubieran asignado una misión sistémica que cumplir, nunca habrían llegado a acumular el poder que alcanzaron. Todos ellos fueron y son, en su momento, los encargados de realizar el trabajo sucio de aplastar las “anomalías” que afectan el funcionamiento del sistema capitalista. En la jerga oligárquica se trata de limpiar “la finca”, “la hacienda” de unos revoltosos que pretenden alterar el buen funcionamiento los negocios, y hacerlo apelando a las distintas formas de violencia, recorte de derechos y de libertades, en un marco de fuerte polarización.

Estos servidores responsables del trabajo sucio, que en tanto capataces de finca pasaron a actuar como si fueran los dueños, tienden siempre al intento de prolongarse en el ejercicio del poder político y a olvidar quiénes eran y son los verdaderos propietarios del poder.

Cuando han cumplido su tarea según se los permitió la correlación de fuerzas nacional e internacional, y se retorna al escenario de la democracia liberal burguesa, pasan a ser molestos, impresentables, pues su presencia recuerda permanentemente los métodos autoritarios, asesinos y corruptos a los que acude la clase dirigente, lo cual abre la puerta a posibles gobiernos progresistas y de izquierda que se presentan como alternativa a sus masivas violaciones de derechos humanos y de la naturaleza. Como muchos de estos personajes se han enriquecido, utilizan sus corruptos dineros, a partir de posiciones de ultra derecha, para el quehacer político electoral clientelista, al mismo tiempo que disputan el control del mundo de los negocios rurales y urbanos, convirtiéndose en una molesta e impresentable competencia. Constituyen castas de poder transitorio, que en el caso colombiano logran sostenerse en espacios políticos representando los intereses de un mundo rural vinculado a oligarquías ganaderas y mafiosas, y a un mundo suburbano de los más excluidos del sistema, algo que con respecto a los sectores populares cambió en las últimas elecciones, lo cual preocupa mucho a los empresarios y financiero dueños del verdadero poder económico. Pinochet supo muy bien lo que implicaba ser impresentable frente a la opinión pública mundial y nacional, por eso su antiguo seguidor, Piñera, debió diferenciarse para poder optar a la presidencia en el marco del Estado de derecho y frenar a una dividida izquierda.

Con el poder acumulado en estos años, 22% de la votación, y una segunda vuelta en la que toda la burguesía colombiana se concentró para frenar el triunfo de la izquierda y los progresistas, el “partido de Uribe” eligió un presidente de perfil tecnocrático, puramente neoliberal y muy amigo de los recalcitrantes servidores de Donaldo. Lo novedoso fue que a los pocos días del triunfo se le abrió “al presidente eterno” una investigación en la Corte Suprema de Justicia, que era en apariencia contradictoria con el momento de su triunfo político. Sólo era posible si tenía el respaldo de los verdaderos dueños del poder internacional. El innombrable se asustó y anunció renuncia a su curul en el senado, que luego retiró, y denunció a la inteligencia inglesa en un indirecto mensaje para la DEA y la CIA. Quedó claro que ya era un impresentable pues opacaba la imagen “renovadora” del joven presidente manejado por el FMI, el BID y el entorno guerrero de Donaldo. Puede que la causa no llegue a condenarlo, pero quedó informado, como acaba nuevamente de sucederle con la derrota de su impresentable candidato a la elección del Contralor, que debe dar un paso al costado pues su oposición a los acuerdos de paz no es validable frente a la comunidad internacional, y su presencia polarizadora lleva a que el próximo presidente pueda ser de izquierda.

Así las cosas, el gobierno Duque nace atrapado entre la cavernaria bancada uribista y las presiones de los dueños del poder global. Las fuerzas progresistas y de izquierda unificadas se la juegan a un difícil desafío de obtener 12 millones de votos en el referendo anticorrupción de este 26 de agosto. Y los grandes gremios y empresas transnacionales comienzan a preparar el gatopardista recambio de imagen, al mismo tiempo que les recuerdan a estos “igualados” que deben hacerse a un lado para que se recupere la credibilidad en el funcionamiento del sistema capitalista.