“La política no funciona en plenitud, sin el instrumento adecuado”

Por ser de gran importancia para la formación política de nuestras organizaciones políticas revolucionarias, vamos a publicar varios artículos en Tiempo Latino, de Marcelo Caruso Azcárate, eminente intelectual latinoamericano radicado en Colombia por muchos años, artículos que por sus trascendencias, fueron publicados en el semanario La Época de Bolivia.

Por: Marcelo Caruso Azcárate

El documento del Consenso de Nuestra América, en permanente desarrollo, ha sido el primer intento de los partidos del Foro de Sao Paulo por la unidad, tanto declarativa como en torno a un programa y a una práctica política. Se alimenta de las enseñanzas que acumulan sus ejercicios de gobierno y de lucha social y política por alcanzar transformaciones sociales, y de las relaciones entre partidos, gobiernos y organizaciones sociales, por lo que representa un legítimo aporte al pensamiento crítico de las fuerzas de la izquierda americana y mundial.

Si bien dedica un capítulo al “El instrumento político para el cambio”, aclara que, sus formas de organización sólo es posible definirlas en cada lugar o país, sobre la base de las experiencias acumuladas, a la historia de lucha y a la realidad concreta donde se actúa. Lo que se complementa con la necesidad de, encontrar bajo determinados principios las mejores formas asociativas para potencia y articular nuestros saberes y experiencias de lucha, que en otras palabras es un llamado a la imperiosa necesidad de que las fuerzas de izquierda de dentro y fuera del FSP, sean capaces de avanzar en la construcción de proyectos unitarios. Ideas que por lo simples que hoy nos puedan parecer, implican una ruptura con las rígidas miradas que ordenaron la construcción de los partidos y sus acuerdos en el siglo pasado.

El partido nos es una estructura inmóvil y repetitiva, como se quiso hacer con forzadas copias del partido leninista, pero tampoco es una improvisación empírica. Su proyecto y estructura depende de sus funciones y acciones de poder que se propone generar. Y en tanto este se trata de un foro de partidos, y con todas las precauciones necesarias a tomar para que no generemos nuevos “modelos” a repetir, es importante que podamos intercambiar las reflexiones que sobre el tema va construyendo cada organización. Con la consciencia de que nuestras distintas formas de organizarnos y nuestras acciones u omisiones unitarias, son un campo de estudio y cultivo de las críticas de los ideólogos del sistema, que son los mismo que esconden el fracaso y desaparición de los clásicos partidos de la burguesía llamados a desenvolver su concepto de la democracia.

Para las fuerzas progresistas y de izquierda vale aquello con que inicia su obra clásica Maurice Duverger : “es imposible en la actualidad describir seriamente los mecanismos comparados de los partidos políticos y, no obstante, es indispensable hacerlo”. Para los miembros del FSP, se trata de intentar hacerlo desde principios y valores compartidos que los fortalezcan y aumenten su capacidad crítica y autocrítica, con reflexiones generales para que cada una de las partes las aplique como se anuncia en la cita mencionada.

Siendo un Foro de partidos, es común que directa o indirectamente se analice el accionar de sus experiencias de gobierno y sus relaciones con el Estado y con sus gobernados, pero muy poco se escribe sobre la relación de éstas con los partidos a quienes representan. Menos aún se reflexiona en este espacio sobre la relaciones al interior de los partidos, y de sus dirigentes con sus afiliados y sectores sociales que los apoyan.

Como proyecto político a reinventar sin negar lo pasado, y entre las múltiples condiciones que debería tener el partido revolucionario, destacamos su función de articular las luchas sociales emancipatorias con los gobiernos antineoliberales y de izquierda. Otra responsabilidad es la formación ética, ambiental y política de sus militantes, que se combina con la importancia de escucharlos, en particular a los jóvenes y a los más experimentados, para aprender de sus saberes y acciones sobre el cómo desarrollar estrategias que lleguen al conjunto de la sociedad, ejercicio de ida y vuelta que se ha debilitado a medida que aumenta el peso del actuar electoral de los partidos. No se trata tampoco de construir clones, sino de impulsar sujetos pensantes críticos, capaces de desarrollar un actuar político y social que supere la simple repetición de los discursos de sus dirigentes, y al mismo tiempo, para que comprendan las contradicciones estructurales del sistema. Y tal vez lo más importante, que el partido en su conjunto se considere como una prolongación política reflexiva al servicio de las luchas de los distintos sujetos sociales, con la obligación de reflexionarlas desde su praxis y aportar documentos que enriquezcan sus capacidades.

El partido es instrumento de implementación pero también un espacio de creación y recreación de las ideas y de las estrategias para desarrollarlas e implementarlas. Pero considerando que en Nuestra América se han desarrollado organizaciones sociales, étnicas, de género, culturales y ambientales, que en combinación con los saberes que surgen del mundo académico han desarrollado propuestas concretas de transformación territorial, estos valiosos aportes pasan a hacer parte de los saberes que los partidos deberán asumir como propios, incorporándolos a sus políticas y programas. Así, su visión e ideología de totalidad se verá enriquecida con los acumulados aportes que ese mundo de lo social-político ha construido con sus luchas antisistémicas. Y al mismo tiempo, podrán aportarles sus miradas políticas internacionales y nacionales que articulen y potencien esos espacios de poder dual construidos, para en conjunto elevarlos hacia acciones de poder popular que cuestionen las estructuras capitalistas dominantes.

Cuando aceptamos que en cada país, proceso y contexto histórico se deberán encontrar las formas de su organización y funcionamiento, se está diciendo que no existe una estructura y un funcionamiento único para el proyecto político, y que la relación entre ambas categorías deberá ser dialéctica, flexible y creativa. Partimos de entender al partido como un espacio de acumulación de fuerzas que permite realizar acciones de poder frente a las acciones que se generan desde el campo opuesto de la clase hegemónica. En tanto actor de la lucha de clases, parte de comprender que está inmerso en relaciones de poder que combinan violencia con la búsqueda de consenso, y que cuando pasa a gobernar el aparato más complejo e individualizador que es el Estado capitalista, tiende a trasladar a sus relaciones de gobierno y mando las relaciones de poder de dominación que éste acumula y reproduce.

El partido no es un órgano de poder en sí y para sí. Por el contrario, deberá ser un órgano de control de las relaciones de poder autoritarias y burocráticas que se generan en las funciones de sus miembros que asumen cargos de gobierno, pero también encargado de impedir que éstas se reproduzcan a su interior, y que sus direcciones actúen como un poder en relación con sus propias bases y organizaciones sociales afines.

Cuando sus miembros pasan a ejercer funciones de gobierno, se tiende a que sean ellos los que representan el nivel decisorio del centralismo que los caracteriza, cuando debería ser a la inversa, pues estos compañeros están obligados a dormir en la casa del contradictor de clase, lo cual les genera altos riesgos de copias de ejercicio del poder y cooptaciones que no pocas veces han derivado en suplantaciones, alejamientos de los partidos, autoritarismos, aspectos de bonapartismo y corrupción. Cuando el partido de izquierda en el gobierno no logra reaccionar y se queda en el ser una correa transmisora que acumula poder de gestión y distribuye puestos de gobierno, sus mejores miembros se retiran y como proyecto político se aleja de esa base social que quiso representar.

Otra cosa es cuando se trata de un Estado obrero y popular en transición al socialismo, como en el caso de Cuba, y fue Fidel quien en un Foro de Sao Paulo aclaró el debate frente a la separación entre el partido y el Estado, afirmando “hubiéramos querido realizar una construcción separada, pero así se dieron los hechos”, lo cual, al igual que en la revolución rusa, estaba determinado por los pocos cuadros políticos preparados para pasar a ejercer tantas responsabilidades de gobierno, partido y poder. Pero hoy es otra la realidad, pues sólo estamos asumiendo gobiernos y son muchos las lideresas y líderes que pueden ejercer estas funciones en formas separadas, que no significa que sean independientes, pues ambas dependen del mismo programa y proyecto estratégico.

El desafío de los distintos proyectos políticos que se agrupan en este Foro, pasa por adecuar su vida política y su estructura orgánica al desarrollo e implementación unitaria y territorializada del Consenso de Nuestra América. El contexto aquí analizado muestra un proceso desigual, donde la contraofensiva agresiva del sistema combina todas las formas de lucha, en particular judiciales, acompañadas del asesinato de los liderazgos vinculados a las comunidades resistentes, requiere de su precisa comprensión y de una audaz acción política de denuncia y confrontación en articulación con las organizaciones sociales y populares, al mismo tiempo que se apoya con ideas y proyectos a quienes logran elegir a funciones de gobierno. De allí la importancia de aumentar sus capacidades para generar estrategias de lucha en los distintos campos de la lucha de clases.